Una sugestiva idea sobre la conciencia y la afectividad en Sartre.

En El Hombre y las Cosas (1960), Jean-Paul Sartre escribe un artículo sobre el concepto de intencionalidad en Husserl. Sartre quiere resaltar un giro de perspectiva en la relación de la conciencia-mundo. En primer lugar, llama la atención a la formación intelectual francesa, quienes beben del empirismo-criticismo y el neo-kantismo. Estos, según Sartre (1960), asumen la postura de que las cosas son deglutidas por la conciencia hasta digerir su esencia. Este tratamiento separa la acción de la conciencia y el mundo. Por un lado, la conciencia devora, y por ende contiene las cosas. Luego, las digiere y posteriormente las asimila. A este proceso le llaman Brunschwicg, Lalande y Mayerson como asimilación, unificación e identificación (citados en Sartre, 1960).

Sin embargo, la fenomenología de Edmund Husserl ha cambiado este paradigma, ya que en la filosofía husserliana la conciencia y el mundo se dan al mismo tiempo (p. 29). Lo que quiere decir que no existe un proceso separado de la conciencia-mundo, que lo que el mundo muestra es por esencia correlativo a la conciencia. Esto quiere decir que la conciencia no “contiene” el mundo, ni las cosas: está vacía; y su relación con el mundo es de correspondencia. De manera que la conciencia carece, entonces, de “interior”. Este primer punto sugiere que “toda conciencia es conciencia de algo” (Husserl, citado en Sartre, p. 26),  y no conteniente de algo.

            En este punto Sartre (1960) menciona a Heidegger: “Ser, dice Heidegger, es ser-en-el-mundo. Comprende este “ser-en-el” en el sentido de movimiento” (p. 26). Con esta cita quiere sugerir que el ser se encuentra en el mundo como la conciencia. En este sentido, el dinamismo del ser como un estar en el mundo, como un encontrarse constantemente en el mundo, es comparable al movimiento de la conciencia en el mundo. A esta necesidad de la conciencia de estar constantemente proyectada en el mundo, de existir como conciencia de otra cosa que ella misma, Husserl llama “intencionalidad” (Sartre, 1960).

Ahora bien, la exposición de Sartre se ha limitado a explicar el movimiento de la conciencia como intencionalidad en el campo del conocimiento. Es decir, de la conciencia que adquirimos de las cosas como “representación” o conocimiento. Ciertamente para Husserl la conciencia de las cosas no se limita a conocerlas, puesto que el conocimiento de las cosas es sólo una de las formas posibles de la conciencia. Así, en relación con un objeto concreto, como un árbol e.g, su pura “representación” o conocimiento de él, es sólo una de las formas posibles de mi conciencia “de” este árbol (Sartre, 1960). Sucede entonces que a este árbol se puede odiarlo o amarlo. En el movimiento o intencionalidad de la conciencia, la afectividad resulta también en una forma posible de la conciencia. Dicho de otro modo, la afectividad es una forma de la conciencia para conocer el mundo.

Ahora bien, hay un punto interesante. Sartre ha establecido que la conciencia como intencionalidad pura, como conciencia de otra cosa que ella misma, tiene formas posibles y la afectividad es una de ellas. El asunto de interés es que la afectividad entonces es una reacción objetiva. Al respecto afirma Sartre (1960): “He aquí que, de repente, esas famosas reacciones “subjetivas” que flotaban en la salmuera maloliente del Espíritu se separan de él; no son sino maneras de descubrir el mundo” (p. 28). La conciencia afectiva, a través del movimiento de la intencionalidad, se constituye en una forma de descubrir el mundo. Y son las cosas las que se nos revelan como aborrecibles o amables. Así, las impresiones estéticas de las cosas, que son descubiertas por la conciencia de manera afectiva, son propiedades de las cosas, no de la conciencia. En razón a esto afirma Sartre (1960): “es una propiedad de la máscara japonesa el ser terrible, una propiedad inagotable e irreductible que constituye su naturaleza misma, y no la suma de nuestras reacciones subjetivas ante un trozo de madera esculpido” (p. 28).

De momento, se ha establecido que la intencionalidad es el movimiento de la conciencia hacia el mundo, el proyectarse sobre las cosas. Y se ha determinado que “representar” es una de las formas posibles de la conciencia, como lo es la afectividad. Se puede hablar entonces de conciencia afectiva, y un punto clave para sostener esta idea es la intencionalidad. Ahora bien, no se deja muy claro en este corto artículo la forma en que opera esta conciencia afectiva, pero sí se ha dejado establecido que es una forma posible de la conciencia. Y a través de ella se ha determinado que las reacciones afectivas de la conciencia son objetivas, en el punto de vista en que sirven para descubrir el mundo. Ahora bien, los ejemplos que suscita Sartre sobre las propiedades estéticas de las cosas, y la aprehensión afectiva de la conciencia, sugiere que las cosas se presentan de una forma y la conciencia las aprehende de otra (véase el ejemplo de la máscara japonesa).

Para hacer las cuentas, lo que Sartre intentó subrayar en su artículo es la idea de la innovación filosófica de Husserl, a saber, que toda vivencia es un acto por cuanto tiene referencia a un objeto [intencionalidad]. Así, la intencionalidad es la noción fundamental de la fenomenología sobre la cual se sostienen las demás fenomenologías. Por otro lado, Husserl (1976) en Investigaciones Lógicas, afirma: “En la percepción es percibido algo; en la representación imaginativa es representado imaginativamente algo; en el enunciado es enunciado algo; en el amor es amado algo; en el odio es odiado algo; en el apetito es apetecido algo, etc” (p. 91). Lo que viene a indicar que la conciencia atravesada por la intencionalidad se constituye en una relación entre vivencia-conciencia y contenido-objeto. La conciencia en la filosofía temprana de Husserl, resulta en el conjunto de actos o vivencias intencionales. En Investigaciones Husserl cita Brentano para explicar la esencia de referencia de la intencionalidad:

«Todo fenómeno psíquico está caracterizado por lo que los escolásticos de la Edad Media han llamado la inexistencia intencional (o mental) de un objeto, y que nosotros llamaríamos, si bien con expresiones no enteramente inequívocas, la referencia a un contenido, la dirección hacia un objeto (por el cual no hay que entender aquí una realidad) o la objetividad inmanente. Todo fenómeno psíquico contiene en sí como objeto algo, aunque no todo, del mismo modo». (Brentano citado en Husserl, 1976, p. 190)

Los actos son el estar en referencia, su intencionalidad, y si estos actos de la conciencia son referenciales, entones la conciencia también es intencional pues sus actos lo son. La conciencia es, pues, vivencia intencional. Se ve bien que la conciencia es el acto de referirse a algo, de ser la intencionalidad efectuándose, y la intencionalidad en sí misma no es más que el movimiento continuo de sí. De manera que parecen indisolubles, la conciencia y la intencionalidad. Y así, la conciencia-mundo se fundamentan. Por eso Sartre hace bien en ver en el artículo sobre Husserl que esta posición de intencionalidad supera los idealismos como los de Meyerson o Lalande.

Ahora bien, Husserl, en Investigaciones, ha señalado la importancia de que este examen de la intencionalidad como acto indica que hay diversas modalidades específicas esenciales de referencia intencional. Al respecto afirma Husserl (1976):

El modo como una «mera representación» de una situación objetiva mienta éste su «objeto» es distinto del modo cómo lo hace el juicio, que considera verdadera o falsa dicha situación. Distintos son también el modo de la esperanza y el del temor, el modo del agrado y el del desagrado, el del apetito y el del desvío. (p. 491).

            Lo que viene decir Husserl es que estos actos de la conciencia, esta intencionalidad, como lo es la conciencia afectiva atravesada por la intencionalidad, es una vivencia compleja cuyas intenciones son, además, múltiples. Y, sin embargo, al analizar estas complejidades se llega a elementos primitivos.

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